Marcos 4: 35 al 41
Hace un tiempo atrás, mi hija mayor preparaba la lección para sus alumnos de la Escuela Bíblica. El pasaje en el que se basaba, era uno de los más conocidos acerca del Hijo de Dios en su ministerio aquí en la tierra: “Jesús calma la tempestad”. Pasaje bíblico que a simple vista parece tan sencillo, tan simple, tan fácil de explicar a los niños. Lección la cual permite involucrarlos en esa experiencia de los discípulos: el fuerte viento, las olas inundando la barca, el miedo (emoción tan frecuente a esa edad), la actitud de Jesús, y su respuesta final llena de poder, solucionando todas las cosas y enseñándonos acerca de la fe.
Esa historia vuelve a emocionarme, y no deja de hacerme pensar acerca de nuestra “fe de adultos”; después de haber vivido tantas cosas más que esos niños, los cuales tal vez estén escuchando esa impactante historia por primera vez.
Esa barca, la cual imagino como nuestra vida, y que muchas veces parece de papel en medio de semejantes tempestades. Unos más, otros menos, pero todos estamos experimentados en esto de atravesar tormentas. ¿Pero… cómo las atravesamos?
A veces, podemos sentir que el agua quiere tragarnos, y nos encontramos gritando como los discípulos, como si fuera la última vez.
Otras veces reaccionamos asombrados, perplejos, sin miedo ni gritando, pero bamboleándonos sin saber en qué rincón de la barca acomodarnos mejor para que el impacto sea menor.
Quizás otra reacción no sea buscar un lugar donde estar solos y seguros, sino acurrucarnos y tomarnos de la mano de los “otros discípulos” que se encuentran en la misma barca.
Me pregunto, ¿habrá entre alguno de nosotros, algún valiente que lejos de asustarse, se tome fuerte del palo de proa, de cara al viento, confiado porque sabe que Jesús está ahí, (tan seguro que hasta duerme), en un rincón de la barca? Yo no puedo levantar mi mano…
Confieso que soy como los discípulos de Jesús, sus amigos, porque al igual que ellos, me siento testigo de tantas maravillas hechas por el Hijo de Dios. Soy como los discípulos, porque también acepté caminar con Él, aprender de Él... pero las tormentas de la vida me inquietan.
Soy como los discípulos, porque en el temporal, voy corriendo a zamarrearlo y a decirle: -“Señor, no te importa que nos estemos hundiendo?”
Y Jesús, el Señor, se levanta con mesura, y respondiéndome con sus hechos, sencillamente ordena al viento y al agua que se calmen. Y cuando todo queda tranquilo, nuevamente al mirarlo a los ojos, tengo que bajar la mirada porque otra vez no tuve la fe suficiente: –“La próxima vez, sí, Señor”.
Y miro ya el agua calma, y siento la brisa en el pelo, y me reprocho no tener esa fe que quisiera tener. No puedo olvidar la pregunta del Señor, quien con triste ternura vuelve a preguntarnos: “-¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe?”.
Y aquí estoy, Señor, y aquí estamos, de nuevo siguiendo el viaje en la barca. De nuevo con tu presencia, sentado en la popa. Con la paz de tu perdón, con la certeza de que nos amás entrañablemente. También sabiendo que vendrá otra tormenta, y en el corazón la esperanza de que –“…esta vez sí, Señor... ¡Y aumenta mi fe!!